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Ripio Oriental

Ya suena el gong de las pagodas
y en los celestes umbrales muere
el rey del cielo del lejano Oriente:
el de antaño sol naciente
que hogaño quema el
horizonte de Poniente.

Y el Monzón esparce y desordena
la lluvia
sobre el arrozal…

Pagoda junto al lado de Hangzhou

prohibidoclavesolgrandeprohibidoclavesol En el tren está prohibido

sonar en clave de sol

(Cartas desde el exilio vacacional)

Querido Internet:

Hace tanto que no te escribo que tal vez tengas la sensación de estar recibiendo un flujo de datos cualesquiera. Entre otras razones para esta larga interrupción comunicacional, no ha sido la menos importante la de mi ausencia física. Me dirás que tú estás en todas partes, pero de vacaciones en Portugal apetece menos genuflexionar las falanges digitales sobre los grafos de los teclados. No me lo reproches; comparto ahora contigo un par de impresiones de un viaje que empieza a entrar en el recuerdo.

Lisboa es una ciudad bella y magnífica, el último escalón europeo y capitalino hacia una luz que se intuye aun más intensa -si cabe- al otro lado de un gran mar. El Tajo es un camino de agua espléndida que alfombra el rumbo al océano. La Torre de Belém es joya y capricho real, respetada por los terremotos y los siglos.

Oporto, en su desorden constructivo de fantasía, envuelve mucho más en la emoción de la saudade (que fluye con el Duero y los vapores de um bom copo de vinho).  Oporto es preciosa. Habrá que volver, quién sabe cuándo. Ya te contaré, Internet.

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El Grito

Me gustaría entonar un himno ahora

que resonara fuerte: hasta en los tímpanos

de las portadas de las catedrales.


Tan así de fuerte quisiera que sonara,

que a un mudo dejara sordo y

-al tiempo- le devolviera el habla

(si notable es la incongruencia,

imagina, ¡oh, tú!, la vehemencia

de mi deseo, y comprende

por un instante mi agonía

de persona en medio del mundo,

sin tan siquiera un grito potente

al que asirse en un momento de peligro).


(No te invito a imaginar tal melodía;

de horror a un fiero dragón lo espantaría).


La calle duerme y el sol espera en su guarida.

Por eso no brotes, ¡no!, de mi garganta,

estruendo que rompas de la gente de bien

el apacible sueño: espera al mañana

y aguarda así, un día y otro. Sucesivamente.

Hasta que me ahogues…


Bifronte. Telón que nunca cae.

Saber que es de mentira

es mal consuelo.

Creer que es de verdad,

vana falacia.

Infinito. Risa y lloro alternado.

Lucubración del alma

en ansias indecisas.

Y basten estas notas.

Yazgo aquí y en este solo instante

pensando en ti me fugo del presente

tomando parte en un vuelo inconstante

hacia una realidad no antes soñada.

Soy aquí, más sólo existo en un limbo

que pleno está con tu sola presencia.

De tu esencia yo llenaré mi vida

sin tener en cuenta el momento,

dispar…

Es un poema de juventud. Dice poco y suena bien.

Dirán ustedes, amigas y seguidoras fervientes, que mucho tardo en dar noticias sobre el arranque de mi prometida carrera literaria. Son ustedes observadoras y perspicaces. El caso es que ya saben -y si no, ahora les pongo en antecedentes- que mi máxima aspiración es cumplir en vida el deseo que George Eliot expresó en forma de cita celebérrima: «bendito sea el hombre que, no teniendo nada que decir, se abstiene de demostrárnoslo con palabras» (creo que yo ya lo había dicho en otra entrada anterior, pero con menos concisión, peor factura estilística y mis propios vocablos).

Hoy, sin embargo, experimento la imperiosa necesidad de comunicarles una perturbación anímica que me asalta de modo pertinaz durante la última quincena. Esta mañana me he levantado dos segundos y 15 décimas antes que ayer. Durante el desayuno logré ingerir media tostada más. Me cepillé los dientes en casi 6 décimas menos. He logrado bajar los escalones de dos en dos para registrar una nueva marca personal en el descenso hasta el portal que mejora la que yo mismo ostentaba hasta la fecha. Cuando vi el semáforo de la calle parpadear no pude evitar arrojarme a la vía pública con gran velocidad para alcanzar la otra acera fijando un nuevo record… Efectivamente, estoy poseído por la fiebre olímpica y llego al extremo de poner en riesgo mi propia integridad física, como en el mencionado caso del semáforo, con tal de superarme en cada situación cotidiana. En el restaurante imaginé una competición con la comensal de la mesa contigua; pedí exactamente el mismo menú que le había oído elegir, con tal de convertir la ingesta de cada plato en una prueba de máxima rivalidad. Seguramente por eso me ha dolido la tripa toda la tarde. Pero todo esfuerzo, todo padecimiento es pequeño cuando se va en pos de la gloria olímpica.

Probablemente he estado expuesto a una sobredosis de retransmisiones deportivas que han lesionado alguna parte de mi cortex cerebral. Quizás necesite tratamiento farmacológico, una posibilidad que temo, ya que correría el riesgo de un positivo en el control anti-dopaje. Lo bueno de todo ello es que he vuelto al gimnasio. Y he vuelto a escribir en este blog. ¡Que la antorcha y los dioses del Monte Olimpo les bendigan!

¡Qué dicha! ¡El Maestro me ha hablado! Él en persona me ha indicado la ruta a seguir, el camino para recrear mi Leyenda Personal. Hace tiempo que las señales me indicaban que la senda estaba aquí, en Internet. Y el propio Coelho me ha dicho que, efectivamente, así es. Él nos ha anunciado el nacimiento de una nueva lengua. Transcribo aquí sus palabras para que quede constancia del jubiloso acontecimiento; a la pregunta sobre la importancia de las nuevas tecnologías (en especial, la red) para un creador, esta fue su respuesta:

  • «Creo que aporta muchísimo, aporta muchísimo no solamente a mi como escritor, sino a todas las personas. Es una manera de compartir. Es una manera de decir ‘yo puedo escribir y aquí está lo que escribo: mi blog, mi libro…‘ lo que sea. Y con eso la gente puede expresar sus sentimientos. Y es algo que hace unos años no se podía hacer. Y expresar sus sentimientos es compartir la condición humana. Y la condición humana es eso: es estar aquí, en el presente, decir ‘veo el presente de esta manera o de aquella manera…‘. También, en el tema de los medios de comunicación, uno puede elegir ver las posiciones sobre un conflicto, sobre lo que pasa aquí o allí. Finalmente, se crea ahora un nuevo lenguaje. La gente no está muy atenta a ello, pero se empieza a crear una ‘lengua franca’. Y esta lengua franca empieza a ganar muchos adeptos entre la juventud. Los puristas dicen ‘¡qué horror, qué terrible!, porque no se escribe así, no es el español o el portugués o el inglés ‘castizo’. Pero creo que la lengua es algo vivo: no hablamos hoy como se hablaba en la época de Cervantes o de Camöes. La Lengua se transforma. E Internet tiene esa cualidad: está permitiendo a la gente crear una lengua única, el famoso sueño del Esperanto ya ahora se hace realidad. No como una lengua que uno puede aprender, sino como una lengua -llamémosle ‘internetés’– que la gente comprenda.»
  • El Alquimista ha hablado. Ha designado el internetés. Nombre de la nueva lengua universal en ese propio idioma. Desde hoy me sumo a la nueva lengua que compartiremos y construiremos entre tod@s. ¡Viva el internetés!

    Admirad@s lectores/as mí@s:

    ¡Qué paciencia la vuestra, qué tesón! No merezco vuestra incondicional y rendida lealtad. No se puede dejar a tan fervientes seguidoras/es sin noticias durante tan largo, canalla e inhumano intervalo temporal. Pero habéis de saber que el camino iniciado en pos de la gloria literaria no es cosa de un día. Ni de dos. Por otra parte, estoy convencido de que una de las mayores virtudes que voy a mostrar a lo largo de mi carrera como escritor va a ser permanecer en silencio cuando no tenga nada interesante que narrar; no ser fatuo, vacuo, redicho o redundante; alejar la prolijidad y los barroquismos de mi prosa; no caer en el uso inmoderado y efectista del punto y coma; ni de los puntos suspensivos…

    Creo recordar que sí hubo un día que concebí argumento interesante para engrosar el número de palabras de este humilde blog, pero me pudo la pereza. Ese es uno de los vicios, de los pecados que me aleja de una carrera literaria fecunda; ese y la lujuria, la gula, la soberbia, etc..

    Por otra parte, creo que debo cimentar mi carrera con el ejemplo de los clásicos. Debo empaparme primero con la lectura de los grandes, a muchos de los cuales sólo conozco por vagas e imprecisas referencias: Faulkner, Proust, Williams, Elvis… No son pocas (son muchas) las lecturas obligadas para un narrador tan excelso como voy a ser que aun me restan, antes de emprender mi ingente obra.

    He empezado por un autor británico: William Golding. Y más concretamente, por su inmortal Lord of the Flies. Lo he leído con deleite y provecho (espero) por tres razones capitales:

    1) hace tiempo que me apetecía leerlo

    2) pasé una tarde por delante del escaparate de una librería de viejo y allí esperaba un ejemplar de El Señor de las Moscas, al módico precio de 4 €

    3) creo que mi primera creación literaria va a ser una distopía

    Os voy a dejar unos días de plazo para que lo leáis. Sé que me váis a agradecer el consejo y además, empezaremos a tener algo en común -e interesante- de qué hablar. Entre tanto, estoy leyendo El Alquimista, de Coelho que me está propiciando otra grata sorpresa. Sin otro particular se despide -hasta el próximo post- vuestro seguro servidor.

    Manuel García

    Querido blog:

    He tenido que abrirte, como operación fundacional, para dar cuenta al mundo a través de la red de uno de los episodios más importantes de toda mi vida. Hacienda -que como bien sabemos, somos todos- me ha convertido en… ¡ESCRITOR! Manuel García, ¡escritor! ¡Qué júbilo!

    No imaginaba yo tamaña dicha cuando, con aire cauto y circunspecto, atravesaba el arco detector de metales de la Delegación de la Agencia Tributaria para disfrutar una demora de unos 60 minutos en pos de tan rimbombante epígrafe de actividad. Pensé, ignorante de mi, que hacer guiones para audiovisuales como autónomo era una tarea más prosaica, en el sentido más insulso del término. No columbraba las alturas artístico-profesionales que me esperaban tras el anaranjado impreso 037, que tanto hace para un alta, una baja o una modificación de la declaración censal. ¡Qué regalo de la vida y del Fisco!

    Me veo en la obligación moral de corresponder a tamaño depósito de confianza con el inicio de una obra literaria digna de tal mérito. Debo consagrar mi talento a la Escritura, ¡pardiez!

    Habrá ahora que sopesar arduos interrogantes: ¿a qué género tendré que encaminar mis pasos? ¿iniciaré mi prez en el mundo de las letras con una elgante novela ligera? ¿estaré, empero, mejor dotado para el verso azul y la canción profana? ¿serán estos tiempos tan malos como dicen para la lírica? Se admiten sugerencias.