Me gustaría entonar un himno ahora
que resonara fuerte: hasta en los tímpanos
de las portadas de las catedrales.
Tan así de fuerte quisiera que sonara,
que a un mudo dejara sordo y
-al tiempo- le devolviera el habla
(si notable es la incongruencia,
imagina, ¡oh, tú!, la vehemencia
de mi deseo, y comprende
por un instante mi agonía
de persona en medio del mundo,
sin tan siquiera un grito potente
al que asirse en un momento de peligro).
(No te invito a imaginar tal melodía;
de horror a un fiero dragón lo espantaría).
La calle duerme y el sol espera en su guarida.
Por eso no brotes, ¡no!, de mi garganta,
estruendo que rompas de la gente de bien
el apacible sueño: espera al mañana
y aguarda así, un día y otro. Sucesivamente.
Hasta que me ahogues…
nooooooooo! déjalo salir, libérate de ese desasosiego, creéme, yo lo he hecho y la sensción de libertad que te invade tras ello es inigualable